Según vi en una publicación en facebook (una fuente tan fiable como la wikipedia), un estudio de la Universidad Estatal de San Francisco (Estados Unidos) ha encontrado que la clave de la felicidad radica en generar recuerdos en base a experiencias y vivencias personales como viajar.
Si hay algo que me encanta de los estudios es lo poco para lo que sirven. La mayoría sólo vienen a demostrar algo que ya sabíamos de toda la vida. Yo desde pequeñita, cuando salía a pasar el fin de semana en la sierra o en la playa con mis padres, ya sabía que esos días eran los que más iba a recordar. Y esos buenos recuerdos, son de los que les dan calidad a mi infancia.
Y ahora, sigue siendo lo que más me gusta. Desde la preparación, decidir el lugar, buscar el alojamiento y el transporte, decidir la duración e, incluso, aburrir a mis amigos con las fotos, todo es una aventura y me encanta. Y como siempre me ha parecido interesante crear tradiciones o rituales que repetir en cada experiencia, desde que cree esta página pongo todo mi empeño en encontrar alguna muestra de amor o felicidad en cualquier lugar al que viajo.

Esta vez le toca a Vigo. Es la primera ciudad de Galicia que visito y ya su atmosfera melancólica, la tristeza que me inspiraba esa lluvia permanente (que me parecía pulverizada si la comparo con las contadas tormentas que tenemos en el sur), me llevó a pasear por sus calles empinadas y sus bosques urbanos como sintiendo el verdadero significado de la morriña (aunque los gallegos presumen de ser los únicos que la entienden).
El último día allí, la niebla me impedía ver al otro lado de la ria. El mercado de piedra estaba cerrado, hacía frío, la gente en la calle andaba, no paseaba. Se respiraba prisa para no mojarse, hasta los bares de los vinos estaban cerrados, la embarcación a las islas Cíes crujía en el puerto, como quejándose por no poder salir. Y, entonces, lo vi... vi mi mensaje en Vigo. Ahí lo teneis.


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