La vida de mi pulsera ha sido inmensamente larga o muy breve, según se mire. Fue un regalo de mis padres, hace unos diez años. ¿Eso es mucho tiempo para una simple pulsera? A mí, me parece que sí.
Pues bien, cuando la recibí, me pareció tan bonita que nunca encontraba el momento de ponermela. Mejor un día más importante, una noche especial, en una ocasión señalada... Nunca la usaba. Acabó en el cofre de las joyas castigas, esas que no te pones por miedo a perderlas o estropearlas. Paradojas de la vida, las que más te gustan son las que menos luces.
Ayer decidí que eso iba a cambiar, ya era el momento de mi pulsera, de que viera mundo y saliera por ahí. Me la puse, sin tener ningún evento, sólo porque me apetecía. Al llegar la noche, no recordé quitármela y esta mañana ha aparecido entre mis sábanas.



